Una de las constantes preocupaciones del hombre es la idea del devenir y el estancamiento como sensación de inconformidad y hastío por una realidad no comprendida, y en la que no logramos sentir que formamos parte.
Esta lacerante sensación de inercia en la que nos sumerge la negación de nuestros tiempos emana del personaje principal de la novela El pozo de la historia de Mario Amengual.
Este personaje, atormentado por una realidad inhóspita, vive en un parasitismo que mantiene a sus padres en un estado de nerviosismo al contemplar que el destino de su hijo no va por buen camino (o más bien no va por ninguno).
Esta novela logra por medio de las complejidades de su protagonista definir la batalla constante de una búsqueda de comprensión que no tiene fin y que se niega a las realidades de su tiempo.
La historia se desarrolla en el ámbito universitario (rico en anécdotas), paseos nocturnos caraqueños de bar en bar y la rutina diaria en el Archivo Histórico, lugar de trabajo de Rafael, protagonista de la historia.
Todos estos escenarios convergen para darle rienda suelta a la abrumadora realidad de un espíritu alienado y estancado en sus propias interrogantes: “Ni negado ni aceptado ni suprimido ni discriminado: en medio de lo incomprensible sabiendo que hay reglas, pretensiones, leyes (…) todo expresado como en un crucigrama y todo inexplicado como el enigma que desespera” (134).
Mario Amengual recrea con esta novela un mundo abrumador poblado por seres autómatas que viven en una inercia establecida por una realidad en donde pocos se plantean interrogantes sobre la vida, y quienes lo hacen se frustran ante la imposibilidad de encontrar respuestas. Es así como Rafael se pregunta así mismo: “¿Qué es lo grande (…) si ando ensartado en una rutina de discordias, contrastes, locuras de poder, desamor y sangre en las calles? ¿Acaso la vida no es la mayor parte del tiempo un sueño sobresaltado, una nave guiada por un suicida borracho?” (25).
La salida más fácil la hallará detrás de una botella o encima de una mujer sacada de algún bar. Es así como a lo largo de la novela acompañamos al protagonista en sus andanzas etílicas y presenciamos episodios jocosos, propios de la borrachera, como la anécdota del bautizo del Trío Pampero, maracayeros que “se creían dignos ejemplares de heroicidad alcohólica” (9), o de la cédula que Rafael tuvo que recoger de un retrete inmundo y luego de “haber limpiado su recién recuperada identidad ciudadana (…) salió con su hedionda legalidad en las manos” (14). Esto nos hace pensar que la identidad pareciera ser un pequeño plástico de papel sin el cual no existimos.
A lo largo del libro encontramos un humor impregnado de ironía que crea una atmósfera sarcástica de la absurda realidad que se presenta ante un personaje que “cada noche se hundía en un lago oscuro de algas prensiles” (5).
El pozo de la historia es el retrato de un personaje sin esperanzas cuyos padres envían a la capital con el fin de sacarlo de su letargo y buscarle un mejor porvenir.
Es así como Rafael comienza a estudiar en la escuela de Psicología, que abandona en poco tiempo, y a trabajar en el Archivo Histórico. Este sitio constituye el escenario perfecto para presentar una visión jocosa y divertida de la burocracia del país, o más bien de “la fauna de la burocracia subdesarrollada”, como la llama uno de los personajes del libro.
Allí encontramos historias como la de Telmo, “conjunción idónea de picardía y homosexualidad marginal” como señala Marisol, una de las amigas de Rafael, o el matrimonio del gocho Ruiz, que describe una “verdadera ceremonia venezolana: atragantarse de cerveza y tragos de ron, cazar la pareja adecuada para <>, el chismorreo murmurado, los chistes procaces, la música a todo volumen, la palmadera en los hombros y las recomendaciones sexuales a los novios” (86).
Además, es por medio de los personajes que laboran en el Archivo Histórico que se plantea una crítica ante la ineficiencia de las instituciones del Estado y el desmedido culto a los héroes nacionales, específicamente a Bolívar: “Éste es un país de <> que viven de los muertos: unos de Bello, otros de Bolívar, otros de Sucre, otros de Reverón…” (151).
Con respecto a Bolívar, el protagonista señala que reconoce su talento militar y político para su época, sin embargo agrega que “ese empeño de meter a Bolívar en todo (…) ha traído temor y flojera de ver el presente (…) Ocúpense del presente si de verdad son historiadores y poetas” (143). Es por ello que el presente parece permanecer olvidado en un pozo donde el lema del Archivo Histórico, que sirve de epígrafe para esta reseña, crea una paradoja ante la realidad que se manifiesta.
Este personaje que se refugia entre libros, sin por ello dejar de criticar a los literatos del momento, o generar reflexiones certeras como: “¿Acaso basta reseñar un hecho, sea cual fuere, para otorgarle condición poética? (…) ¿No se trata de sentir, de ver de una manera distinta y escribir con palabras plenas de sentido” (94), conserva el asombro que producen las cosas sencillas: una mujer que barre en el medio de la noche y una madre con su bebé en la plaza lo cautivan y lo sumergen en un estado de contemplación difícil de alcanzar.
Quizá, al igual que el protagonista, sólo nos toca seguir el consejo del viejo mendigo para salir de este pozo en que nos encontramos: “observa y guarda lo que no te pudra (…) Mira tus manos y sigue tu historia. Larga o corta, pero sigue tu historia” (21).
Sobre el autor
Mario Amengual (Maracay, 1958) Licenciado en Letras, Universidad Central de Venezuela. Actualmente es profesor de los talleres de Literatura I y II en el Núcleo de la UCV de Maracay. Ha colaborado en las páginas de opinión de los diarios Últimas Noticias, 2001 y El Siglo, así como en la revista ElMeollo.net, y algunos de sus poemas, cuentos y ensayos han aparecido en los suplementos culturales de El Impulso, Últimas Noticias, 2001, El Periodiquito y en Revista Nacional de Cultura e Imagen. Ha publicado los poemarios La arboleda deslumbrante (1991) y El tiempo de las apariencias (2000), además del poema en prosa Los extranjeros (2001).
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